miércoles, febrero 22, 2006

:: :: Prologo por Elena Poniatowska

Amélie Olaiz se rebela contra su ángel de la guarda; si no hace el amor, ya no le sirve para nada. Pero ella misma tiene grandes alas blancas aunque quiera teñir sus plumas de morado. Así somos todos; siempre queremos otra cosa. Amélie deja caer sus piedras de luna para que hallemos nuestro camino y la en contremos al final de la jornada. El encuentro es feliz. Es una luz bajo la lluvia. Con algo de Katheryn Mansfield y algo de Julio Torri y mucho y muy valioso de sí misma, Amélie Olaiz nos regala a cuenta gotas sus “Piedras de luna”, minicuentos filosóficos y profundos que mucho nos dicen de la condición femenina. No en balde lleva el libro un epígrafe de Simone de Beauvoir sobre lo difícil que es afirmarse en el amor y convertir a la pareja en una fuente de vida y no en un peligro mortal. Así como Julio Torri nos dijo alguna vez que él era un mal actor de sus emociones, así doña Amelia es simplemente dueña y señora de sus emociones. ¡Cuánta envidia de la barca que el mar tragó! ¡Cuánta admiración por estos poemínimos que dicen en un santiamén lo que no logramos decir a lo largo de toda una vida!