miércoles, febrero 22, 2006

:: :: Texto con el que la autora presentó el libro:


Este libro con 48 minificiones y colores complementarios en la portada, es, aunque no parezca, el resultado de varios años de trabajo. Algunos textos están escritos al vuelo, pero otros los trabajé muchas horas, días, semanas incluso. Y es que había que quitar todo lo que no fuera indispensable. Porque la principal característica de la minifición es contar un cuento con el menor número de palabras posibles. Sólo lo esencial.
A pesar del trabajo invertido, ya que lo tuve listo dude en publicarlo. Una voz interior me decía: no saques nada, ¿qué caso tiene?, a lo mejor ni logras comunicar lo que quieres. Mejor publica primero tu novela y deja esto. Total que la vocecita me convenció, abrí el cajón y lo guardé bien adentro. Curiosamente sobre este manuscrito guardé también unas viejas copias de un libro: El Cuerpo de la obra. Y entonces poco a poco se fue haciendo presente un señor que no conocí y que es responsable en gran parte de que estemos reunidos hoy aquí: Didier Ansieu
El dice que la presentación al público es la última parte del proceso creativo. Afirma en sus propias palabras que: “La resistencia inconsciente regresa con fuerza en el quinto y último momento de la creación: declarar la obra terminada, separarla definitivamente de sí, exponerla al público, afrontar los juicios, las críticas -o peor aún, la indiferencia-, aceptar por ella el riesgo de sobrevivir sólo efímeramente, u otro riesgo: que en el futuro tenga una vida propia, diferente de la que el autor había esperado infundirle. Por eso muchos creadores guardan su obra en un cajón, descuelgan sus cuadros el día de la inauguración , prohíben la reedición de obras, la proyección de películas que pertenecen a un periodo de su existencia. Queman sus cuadros, rompen sus esculturas”
“Una manera de evitar esta dificultad (que implica la obra terminada) es dejarla inconclusa y engancharse en una nueva obra o en otra tarea, sin dar tiempo a que la angustia del vacío de la pérdida -análoga a la depresión posparto-se instale. Otra técnica consiste en pulir indefinidamente la obra con el fin de diferir su publicación, con riesgo, por otra parte, de desfigurarla, mutilarla y hacerla impublicable a fuerza de retoques, tachaduras y reordenamientos”
Total que como me vi descrita tal cual Didier me convenció y decidí sobreponerme a los impulsos de auto boicot: Es imprescindible presentar la obra al público para cerrar el proceso creativo.
Así publiqué este pequeño libro. Y aunque parece que lo hice sola, eso sólo es una ilusión. Atrás de estas letras hay un montón de personas que me apoyaron en distinta forma, padres, esposo, maestros, editor, colegas, amigas, ayudantes, hijas, algunas de estas personas más visibles que otras pero todas importantes en su momento, algunas fundamentales.
Hoy que les entrego estos pequeños cuentos, quiero mencionar y agradecer a los caballeros que creyeron en mis letras, Jorge Oropeza, el Sapo (Carlos de Bella), Marcial Fernández, Alfonso Pedraza, Agustín Cadena, Eduardo Ramos-Izquierdo y Alberto Vital, amigo y editor de El viejo pozo quién le dio el toque final a estos cuentos.
Y a tres entrañables amigas que están aquí en la mesa y a quienes agradezco su apoyo y su presencia hoy.
Mariví, compañera de taller, escritora, mujer apasionada, confidente de la luna, cuya presencia invoca a mis compañeros de talleres literarios que han opinado, corregido, sugerido, interpretado mis textos. También, por todo lo que compartimos y por ser de la misma generación, me recuerda a mis amigas de la prepa, de la universidad y de hoy.
Adriana, maestra, escritora, mujer de filosa inteligencia literaria, capaz de desmenuzar un texto en forma magistral. Adriana que con su presencia trae a mi recuerdo mis buenos maestros, tanto literarios como de otros géneros.
Y Elena, que nació el mismo día que mi padre, aunque varios años después, que ama las flores de Nomeolvides y la crema en la cara, como mi madre. Y a quien me unen una serie de casualidades más que me he prometido investigar. Elena, amiga, gurú, hada madrina, mujer mágica, delicioso ser humano, que me da consejos de rotunda sencillez y sabiduría. Elena que ha escrito para Piedras de luna, un comentario que indudablemente viene del corazón y aunque esto, al decirlo, pueda parecer lugar común, estar en el corazón de Elena es un honor y un privilegio poco común, aunque me diga ella que yo no debo decir esas cosas porque se siente en película de Doña Prudencia Grifel, ni modo, ya lo dije.
Gracias también a todos mis amigos que están hoy aquí, gracias por ayudarme a terminar éste proceso creativo. Aquí les dejo mi trabajo para que cómo dice Octavio Paz, en “El arco y la lira” lo hagan suyo ahora. Si al leer cualquiera de estos cuentos, logro arrancarles una sonrisa, un sentimiento de enojo o un poquito de empatía, tenderemos un hilo invisible que nos unirá auque sea por un instante.
Muchas gracias.